En este caso vamos a tratar de explicar un plan de intervención a las familias, centrándonos en las fases del proceso que llevamos a cabo para solventar los problemas del paciente.
Nuestro paciente, era un niño llamado Daniel, que tenía diez años y diez meses, que cursaba quinto de primaria, y sabíamos que tenía dos hermanos mayores, uno de catorce años y otro de doce.
Para comenzar, empezaremos con la primera fase, llamada fase para establecer la relación entre el logopeda y la familia. Ahí intervinimos a través del respeto, ayudando a la familia con preguntas abiertas. Los padres nos contaron sus vivencias de su hijo Daniel, desde el embarazo hasta la situación en la que estábamos en ese momento.
Vimos que en su historia había antecedentes de posible hipoxia perinatal, pero hasta el día de la primera entrevista, no había padecido enfermedades importantes, aunque había sido operado en dos ocasiones, de apendicitis y de vegetaciones.
Los problemas comenzaron, según los padres, desde que comenzó a hablar, presentando un retraso en la adquisición de su lenguaje.
Se le diagnosticó problemas de pronunciación y múltiples difluencias frecuentes. En primero de primaria, presentó dificultades en el lenguaje oral y en la lectoescritura, en su colegio bilingüe inglés, por lo que los padres le cambiaron de colegio y tras consultar con un psicólogo se le diagnosticó dislexia.
Estuvo en tratamiento por la dislexia durante siete meses y superó las dificultades. Aunque llegó a superar sus problemas de lectura, presentó miedos al leer delante de su clase.
Los padres decidieron comenzar un tratamiento logopédico, durante casi un curso, pero lo suspendieron. Aunque la madre y el hermano, intentaron modificar la conducta de Daniel en casa.
Nos basamos en la historia clínica, donde detectamos problemas cognitivos en el niño, pero también fuimos conscientes de sus dificultades en la lectoescritura.
Analizando el tipo de conducta del niño, vimos que era tímido, pues presentaba temor a leer delante de la clase y miedo a las burlas.
Presentaba un escaso lenguaje espontáneo, con baja inteligibilidad por problemas de comunicación, a parte de los bloqueos y el tartamudeo.
Con todos los datos que obtuvimos, se los comentamos a los padres, creando así un vínculo positivo de colaboración entre ambas partes, para pasar así a la segunda fase, llamada búsqueda de soluciones.
A la hora de encontrar soluciones, el logopeda y la familia, deben implicarse, para propiciar poco a poco cambios en la comunicación y en el lenguaje del niño. Principalmente, la familia debió de tomar conciencia de las situaciones de Daniel, para que obtuviera un mayor progreso.
Tras la escasa motivación que presentaba Daniel, vimos conveniente, crear una buena interacción para aumentar su interés, y conseguir alcanzar una mayor comunicación.
Le hicimos participar en técnicas de seguimiento, a través de un patrón de lectura lento, para poder realizar sus tareas de lectura.
Con este proceso, conseguimos que el niño omitiera los bloqueos y le ofrecimos más pautas para que continuara su lectura sola. Después, contamos con la colaboración de la madre, que llevaba a cabo ejercicios en casa en este mismo proceso.
Una vez que tuvimos solventado el problema de la lectura, instauramos el patrón de habla lento, primero en la sala de logopedia y después en casa, con su familia, con especial ayuda de su madre y su hermano mayor.
Al inicio de la terapia en casa, debió hablar un tiempo limitado con su madre, utilizando el habla lento y evitando los bloqueos, para así introducirse en la conversación con el resto de la familia y conseguir que Daniel afrontase las situaciones conflictivas respecto a su habla.
Se acordó con él, probar la lectura en clase usando los recursos aprendidos. Antes de aplicar el plan, tomamos contacto con el profesor, para que colaborase a la hora de tolerar una lectura más lenta y ayudar a Daniel dándole indicaciones al iniciar la frase.
Pasamos así a la tercera fase, conocida como fase de enseñanza de recursos para la comunicación. En esta fase, enseñamos a los padres cuales eran los recursos que podían llevar a cabo para una buena comunicación.
Recomendamos a los padres utilizar la observación directa y observar las distintas situaciones para poder ayudarle.
Para comenzar, recordamos a los padres que debían usar aspectos lingüísticos sencillos, y un vocabulario no excesivamente dificultoso, para que el niño pudiese comprender mejor.
También se les recomendó que entrenasen la relajación, ofreciéndolos el método Jacobson (1933), adaptándolo a su edad.
Insistimos en la práctica regular de los ejercicios en casa, para que pudiesen mostrar a su hijo que la tensión era controlable en situaciones que le creasen nerviosismo.
Les mostramos a los padres algunas estrategias para que pudiesen fomentar la seguridad de su hijo. Cuchichear o emitir un sonido prolongado al comienzo de la emisión, eran algunas de las estrategias que les sugerimos.
Recomendamos a los padres animar a su hijo en la aplicación de los recursos aprendidos en consulta y valorar sus avances.
Después de ésta, pasamos a la cuarta y última fase llamada fase de seguimiento. En ésta, realizamos el seguimiento con el niño, reducimos las sesiones a una sola semanal, y dimos unas pautas y ejercicios a los padres que deberían practicar en casa.
A los padres se les recomendó ayudar y apoyar a su hijo para que éste aplicara todo lo aprendido en las sesiones, en su vida cotidiana.
A lo largo del proceso, nos encontramos con situaciones conflictivas, con las cuales surgieron nuevas repeticiones. Se les explicó a los padres que esto era normal, y que formaba parte de la evolución habitual del niño.
Se pasó posteriormente a sesiones quincenales, para poder ir resolviendo aquellos problemas que se fueron presentando.
Así, a los diecinueve meses de tratamiento, se le dio el alta, y a los dos años de iniciar el tratamiento, persistían todos los avances que Daniel realizó en su proceso.